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Claretianos San José del Sur
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Antonio María Claret fue un misionero tocado por una gran sensibilidad en favor de los pobres y un activo oyente de la Palabra de Dios.
Nacido en Sallent (España) en 1807, vivió los primeros años de su vida en la devoción de una familia religiosa e imbuido en el campo del comercio textil. Teniendo talento para el diseño y los negocios, lo inmediato de su vida se vislumbraba en una gran carrera dentro de ese rubro comercial tan importante para la Cataluña del siglo XIX. En esa vorágine fue que recibió un primer llamado al leer la Palabra de Dios y sentir como propias la pregunta de Jesús: ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su vida? (Evangelio de Mateo 16, 26).
Después de sentirse interpelado por esas palabras, decidió dejar todo el proyecto que tenía entre manos para consagrarse como presbítero. Pasado un tiempo en la vida parroquial sintió nuevamente otras intuiciones que lo llevaron a un modo distinto de vivir el ministerio. Fue ahí cuando, haciendo propia la misión de Jesús, sintió que el Espíritu del Señor lo enviaba a anunciar la Buena Noticia de la liberación a los pueblos (Evangelio de Lucas 4, 18-19).
Ya siendo misionero itinerante, pobre y a pie, en distintos lugares de España –recorriendo fuera de Cataluña y llegando incluso a las Islas Canarias– comprendió que esa misión que sentía propia debía hacerla con otros. Fue así como, juntando a otros 5 compañeros con el mismo Espíritu que él, fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (hoy también llamados Misioneros Claretianos). En esa comunidad supo plasmar lo que Dios le inspiraba y compartir el deseo de llegar a todo el mundo abrasando con el fuego del Espíritu.
El tiempo con esta Congregación fue breve, ya que al poco tiempo fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba. Allí supo darle un giro al ministerio episcopal siendo un arzobispo misionero. Fueron los años de preocuparse por múltiples necesidades en la isla como la atención de presos, la penosa situación de los esclavos y esclavas, la asistencia general en el campo social o la resolución a catástrofes naturales o una peste de cólera.
Los últimos años de su vida los cumplió siendo confesor de la Reina Isabel II de España. Fueron años de prueba en la vida palaciega, pero que no menguaron su inquietud misionera. Con el fuego de la misión profética supo ejercitar el ministerio de la palabra escrita con numerosas obras y opúsculos de gran trascendencia, como así también con la predicación popular y la preocupación por reformar los estilos de vida eclesial de su tiempo. Esto último lo llevó a ser partícipe de la fundación de varios institutos de vida consagrada entre los que, incluso, intuyó la posibilidad de un nuevo formato de consagración para mujeres en la vida social bajo el nombre de Hijas del Inmaculado Corazón de María (hoy también llamadas Filiación Cordimariana).
En 1870 fue parte del Concilio Vaticano I y no pudo volver a España después del derrocamiento de Isabel II. Esta situación llevó a Antonio Claret viviese el exilio en Fontfroide (Francia), escondido en un monasterio junto con algunos compañeros misioneros de la Congregación por él fundada. Allí lo encontró la muerte el 24 de octubre de 1870.
Su fama de santidad se extendió rápidamente en el recuerdo de quienes habían escuchado su encendida predicación de Jesús. Fue canonizado el 7 de mayo de 1950 y hoy su legado vive en cuantos predican el evangelio por todos los medios posibles como Familia Claretiana.