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En estas condiciones misionó el Venerable P. Mariano Avellana

Avanza el año hasta octubre de este emblemático 2024, en que venimos conmemorando los 120 años de la pascua del Venerable P. Mariano Avellana y los 175 de la Congregación Claretiana. Y en este mes tan netamente claretianos no podemos dejar de valorar el carisma que el santo Fundador imprimió a fuego en el alma de Mariano y lo llevó a su entrega misionera hasta rendir en ella la vida. Sin este motor vital habría sido imposible que su hijo esclarecido evangelizara sin descanso en el confín americano que recién venía conociendo; y que lo hiciera en medio de sufrimientos físicos enormes y hasta caer rendido de muerte en la última de sus centenares de misiones.

Un país de contrastes

Uno de sus grandes escritores bautizó a Chile como una “loca Geografía”, al constatar que además de ser el segundo país más largo y el más angosto del mundo, reúne desde su desértica “puerta norte”, hasta los glaciares antárticos, y desde la Cordillera de los Andes hasta el Océano Pacífico, casi todos los climas posibles.

No obstante, sus enormes contrastes sociales –que con diversos niveles y matices han perdurado a lo largo de sus casi 500 años de historia– constituyen elemento casi permanente de tensión que en los 31 años de apostolado infatigable de Mariano era particularmente agudo.

País minero y agrícola por excelencia, esta segunda característica fue la más extensa hasta muy entrado el siglo XX. Si bien la minería extractiva aportó desde los tiempos de Mariano una parte esencial del erario nacional, la agricultura de mera subsistencia y la mala explotación de la tierra en enormes latifundios que concentraban gran pobreza y un sistema patronal feudal, perduraron largamente. Entretanto la industrialización impulsada por el Estado se abría paso hasta consolidarse en forma que llegó a ser ejemplar en Latinoamérica.

Un punto de inflexión trascendental se abrió justamente cuando Mariano pisaba tierra chilena en 1873: se había descubierto en el área enorme del Desierto de Atacama boliviano-chileno-peruano la mayor concentración planetaria de un producto entonces muy valioso tanto para la fertilización agrícola como para la fabricación de explosivos en la industria bélica: el salitre, mezcla de nitrato de sodio y nitrato de potasio, que asociado con otros minerales se extrae de las minas en un concentrado llamado caliche.

El control y beneficios de todo el sistema productivo –así como el manejo político – por parte de las élites nacionales se concentraban entonces en Santiago y otras pocas ciudades importantes. Por ello el campesino pobre y hambriento fue convergiendo cada vez más sobre ellas, hasta conformar cinturones enormes de miseria, enfermedades, desolación y muerte alrededor de los centros relativamente desarrollados y opulentos.

El campo de misión de Mariano

Esta fue la realidad a la que se enfrentó Mariano Avellana apenas puso pie en Santiago, donde los misioneros claretianos habían arribado sólo tres años antes, para llegar a hacer de Chile el primer país donde lograrían consolidarse fuera de su natal España y comenzar a extenderse por América.

Imbuidos del carisma del Fundador, sus hijos habían aceptado instalarse precisamente en uno de los sectores más miserables y abandonados de la emergente capital del país. Entregados de lleno a tal realidad, los misioneros no sólo evangelizaron a una población paupérrima, mayoritariamente analfabeta, con hombres esclavizados por el alcoholismo, y con la consiguiente violencia familiar. Repartieron también alimentos, enseñaron a producir comida y medicinas naturales ante la falta de servicios médicos, crearon una escuela, y a poco andar iniciaron la construcción de un templo dedicado al Corazón de su Madre, que con el tiempo llegaría a ser la primera Basílica del Corazón de María en el mundo

Desde esta sede primaria partió el Padre Mariano misionando por las parroquias, capillas de fundos y campos de los alrededores. Poco a poco extendió su radio de acción, viajando ya fuera a lomo de caballo, en carretelas, a pie, en los primeros trenes que surcaban el país, o en las bodegas de viejos barcos de carga.

Introduciéndose sin asco en los tugurios donde imperaban el hacinamiento, el desaseo, las pestes y los sufrimientos de toda índole, llegó a “peinar más de 1.500 kilómetros a lo largo del país, misionando sin descanso. A pesar de que un herpes muy doloroso le erosionó el vientre durante 20 años hasta su muerte; en medio de los cuales le reventó una herida en una pierna que, lejos de curarse, le creció hasta llegar a ser del tamaño de una mano abierta y lo acompañó también hasta morir. Sin embargo, nunca mencionó estos problemas, no aminoró por ellos su ritmo de trabajo, y hasta siguió cabalgando por los campos y montañas de la loca geografía chilena.

 Caliche sangriento

La ambición por el salitre despertó la codicia internacional y el conflicto entre los tres países productores. A los seis años de llegar Mariano, en 1879 Chile se embarcó en un conflicto armado contra Perú y Bolivia, paradojalmente conocido como la “Guerra del Pacífico”, siendo más bien “Guerra del Salitre”. Chile resultó triunfador y se anexó las regiones del Desierto que antes fueron peruana y boliviana. Hoy son las más grandes del país y las más ricas en recursos mineros.

Como consecuencia, una “fiebre del oro blanco” sembró el desierto de explotaciones salitreras, miles de kilómetros de vías férreas, y una concentración nunca vista de obreros, que poco a poco se hacinaron en ellas con sus familias.

Se suponía que los capitales de explotación serían chilenos, pero el Estado privatizó las faenas para lograr impuestos altos en favor de las arcas fiscales, y así las llamadas “Oficinas Salitreras” terminaron en poder de capitales mayoritariamente ingleses y de otros países.

Se repitieron e incrementaron allí los enormes contrastes sociales, las injusticias y los abusos laborales que habían predominado en las explotaciones agrícolas tradicionales. Al punto que los salarios no se pagaban en dinero, sino en fichas canjeables por alimentos y productos esenciales sólo en almacenes llamados “pulperías” de los mismos empresarios, los que, salvo honrosas excepciones, cometían así usuras abominables.

Pero el desarrollo enorme de la industria minera se convirtió también en un nuevo campo de evangelización para los hijos de Claret, y especialmente para el Padre Mariano. Residiendo por largos años en las comunidades abiertas en La Serena y Coquimbo, unos 480 km al norte de la capital, él se desplazaba hasta los minerales situados en el área de Copiapó –actual región de Atacama-, y más al norte, en la de Antofagasta. A pesar de que en ellos reinaban la irreligiosidad, las borracheras, el libertinaje, la prostitución y abuso de mujeres, el ya conocido como “Apóstol del Norte” alzaba por todas partes su potente voz para remecer conciencias, rectificar rumbos, recomponer familias, cristianizar ambientes.

No obstante, las injusticias sociales llegaron a provocar grandes tragedias. Había ya fallecido el Padre Mariano cuando, en 1907, obreros de diversas oficinas salitreras se declararon en huelga y, con sus mujeres e hijos, bajaron en masa desde las explotaciones en la Cordillera de los Andes hasta las gerencias situadas en el puerto de Iquique, unos 1.800 km al norte de Santiago, para exigir mejoras salariales y laborales. Se reunieron en la Escuela Santa María, y pronto se les sumaron otros gremios, hasta que el puerto quedó virtualmente paralizado.

Ante las órdenes del Gobierno desde Santiago, fuerzas militares ordenaron a los huelguistas desalojar la escuela y abandonar la ciudad. Como se negaron, hombres, mujeres y niños fueron acribillados sin piedad. Según el Gobierno, hubo 126 muertos. Pero diversas fuentes los sitúan entre 2.200 y 3.600. La cifra exacta nunca fue esclarecida.

Alfredo Barahona Zuleta

Vicepostulador, Causa del V. P. Mariano Avellana, cmf

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